Cuando pienso en los aportes a la sociedad en la que vivimos que tiene nuestra profesión de arquitectos, siempre vienen a mi mente las imágenes de los edificios escolares donde crecí académicamente, allá en Mendoza ¿Será porque para mí, la educación ha merecido siempre un lugar de privilegio y eso debería reflejarse en su arquitectura? Seguramente!
Hoy decidí escribir este artículo, lleno de sensaciones y recuerdos…
Mi padre, cursó sus estudios primarios en la Escuela Justo José de Urquiza, del Depto. de Maipú, en Mendoza. ¿Y por qué les digo que es un día repleto de sensaciones?
Porque fue emocionante para mí enterarme que por Decreto 624/17 dicha escuela, proyectada por los arquitectos Manuel y Arturo Civit durante la gestión del gobernador Guillermo Cano, fue declarada Monumento Histórico Nacional, destacándola como un ícono de la arquitectura escolar moderna de la época.
Y cuando veo la foto del día de su inauguración en 1934, me imagino a mi viejo que nació en el 25, corriendo por ese inmenso patio, disfrutando del sol y del aire, en un edificio pensado para aprovechar la mayor exposición al paso del sol, creando ventilaciones cruzadas para garantizar la renovación del aire puro en sus aulas y pasillos, pero por sobre todas las cosas, por el compromiso puesto en su diseño arquitéctónico propio de arquitectos visionarios como lo fueron los hermanos Civit.

Fuente: Dirección de Arquitectura de la Provincia de Mendoza, “Escuela Justo José de Urquiza, Villa de Maipú” Revista de Arquitectura, Nº 241, enero de 1941, p. 36
¿Qué quiero decir con ésto? Que, sin duda, los edificios escolares tuvieron, por su diseño arquitectónico, su época de apogeo en la Argentina, y que ese apogeo respondía en el caso de Mendoza, a la visión de quien por entonces conducía los destinos de esa provincia. Hablamos del Dr. Guillermo Cano.
Uno podría decir que, seguramente, la realidad social, política y económica se lo permitía, pero sin embargo, cabe aclarar que la gobernación de Cano en Mendoza se caracterizó por una difícil situación financiera y de decadencia de la vitivinicultura, ya que ésta pasó por una recordada crisis por exceso de producción y consumo estancado.
Sin embargo, la educación fue para Guillermo Cano una palabra no negociable. Había que dotar a la provincia de edificios escolares pensados para contener las necesidades de los alumnos y favorecer su formación académica, poniendo énfasis en el diseño de espacios pensados, que a la postre, lograría el sentido de pertenencia de sus alumnos. Hoy entiendo por qué mi padre, a pesar de no ser de los mejores de su curso, fue premiado varios años con la medalla de Asistencia Perfecta.
Obvio! La escuela era para él, un lugar donde, además de aprender y crecer, le permitía disfrutar de sus espacios, de sus docentes y de su edificio. ¡Cómo se iba a perder todo eso!
Ahora acompáñenme imaginariamente a Buenos Aires hasta donde hoy funciona la sede del Ministerio de Eduación de la Nación, en el Palacio Pizzurno (ex Palacio Sarmiento), y encontraremos en su génesis, una historia fantástica.
Los archivos de la época, cuentan que Doña Petronila Rodríguez de Rojas, nacida en 1815, heredó de su padre el predio delimitado por las calles Córdoba, Callao, Montevideo y Marcelo T. de Alvear. Tras su muerte en febrero de 1882, el escribano Juan Bautista Cruz dió a conocer su testamento en el cual manifestaba su intención de donar dicho terreno a la Ciudad de Buenos Aires, con la condición que se construyera allí el templo de la Iglesia del Carmen, un asilo, y una escuela para 700 niñas que pertenecerían a la Orden de las Siervas de Jesús Sacramentado.
Asimismo, puntualizaba que dicha escuela debería funcionar en un edificio de tres pisos, y estaría equipada con un museo, una biblioteca y varias aulas para el dictado de las clases.
El edificio fue construído por el arquitecto argentino Carlos Adolfo Altgelt, en colaboración con su primo Hans Altgelt entre 1886 y 1888 (aunque fue inaugurado en 1893). Carlos Altgelt había estudiado en la Real Academia de Arquitectos de Berlín, donde se especializó en la construcción de edificios escolares.

Muchos lugares de la Argentina, tienen hoy verdaderos ejemplos de una arquitectura escolar que enorgullese a propios y extraños, y en todos los casos, lo que se observa es una tremenda devoción a esos claustros, a modo de homenaje hacia todos los docentes que dignificaban su profesion, educando a futuros profesionales, artistas, empresarios y varios políticos que luego llegarían, inclusive, a la Presidencia de la Nación.
Sin embargo, en la actualidad, resulta triste recorrer con la mirada algunos ejemplos del déficit de infraestructura edilicia escolar, deteriorada por más de tres décadas de abandono, donde el edificio ha ido perdiendo el prestigio de otrora, casi como una manera silenciosa de mimetizarse con el abandono de las políticas de inversión destinadas a la ampliación, refacción y creación de nuevos edificios escolares en nuestro país.
Hoy no sólo en Argentina, sino en el mundo, corren vientos de transformación. Es evidente que la transformación de la educación a dejado de ser una teoría, para transformarse en una necesidad imperiosa basada en el crecimiento demográfico global, donde más personas necesitan de más espacios aptos para su desarrollo creativo e intelectual.
En el último siglo, con el nacimiento de las pedagogías activas en las que el alumno deja de ser sujeto pasivo en la enseñanza para ser partícipe activo, la arquitectura se ha mostrado como un medio importante en este cambio de paradigma.
Cabe señalar las posibilidades que ha demostrado la vinculación entre pedagogía y arquitectura en el último siglo y que son referencia en el diseño actual.
En el presente, el diseño del edificio escolar toma estas experiencias como referencia para consolidar la extensión de modelos educativos enmarcados en la pedagogía activa y, además, atiende otros retos actuales (sociales, culturales, tecnológicos y medioambientales)
Finlandia se consolida como referencia en los ámbitos especializados, no sólo en las prácticas educativas, sino también en sus propuestas edilicias. Por otra parte, en Latinoamérica, las miradas se centran en el caso de Colombia que durante los últimos años ha llevado adelante una importante política de inversión en la construcción de nuevas escuelas, y ha atendido, no sólo a la cantidad, sino también a la calidad de sus espacios educativos.
Uno de los cambios que experimentaron las escuelas en las primeras décadas del siglo XX (incorporados desde los campos de la pedagogía y el higienismo) fue la vinculación de los espacios de la escuela con su entorno. Se pasó de procurar aislar a los alumnos de las distracciones del exterior con aulas de ventanas altas y mínimas, a valorar la enseñanza en un ambiente con vistas al exterior, de gran luminosidad y ventilación cruzada. Así pues, se diseñaron edificios escolares de poca altura (uno o dos niveles), organizados en pabellones y rodeados por jardines. Contaban con un amplio patio de juegos para la recreación y, además, algunos tenían espacios abiertos propios para cada aula.
En las décadas centrales del siglo XX, se produjo una importante transformación del edificio escolar a nivel internacional vinculada a los cambios pedagógicos y a la extensión de la escuela primaria. Esto llevó aparejado el estudio minucioso del aula que incorporó las demandas del ámbito educativo: se ampliaron sus dimensiones y se diferenciaron distintas áreas para posibilitar la realización de distintas actividades de manera simultánea. El mobiliario escolar también fue repensado y se atendió al color y a las texturas como elementos sugestivos.

Ahora bien… pensemos en esto. Mirar hacia afuera, no garantiza que nos sirva para saber exactamente lo que debemos hacer o no hicimos en este tiempo, aunque no podemos poner en duda, que cuando los ejemplos ajenos son positivos, siempre sirven para mejorar, o al menos, para debatirlos.
Pero de lo que sí estoy convencido, es que en nuestro país, arquitectos, ingenieros, técnicos, diseñadores de equipamiento, informáticos, (y la lista sigue…), debemos amalgamar esfuerzos para “poner el carro, adelante del caballo” y trabajar en proyectos transversales que por sus méritos y resultados futuros, logren que docentes y directivos, enarbolen con orgullo su vocación, que padres y alumnos recuperen el sentido de pertenencia perdido (y no precisamente por su culpa), y que quienes deben guiar los destinos de una Nación, se comprometan con el futuro de nuestro país de la mano de la educación como política de estado. Que así sea.